
Todo comenzó o más bien terminó mientras estaba
tendida en mi cama, con los ojos fijos en el techo
de mi oscura habitación, no hacía falta luz, sabía
muy bien lo que había en el techo.
Estaba quieta, sumida en mis múltiples pensamientos,
aunque esta vez algo era distinto, era nuevo, ahora
no sentía nada, absolutamente nada, ni una emoción,
ni un sentimiento, nada. Estaba tan podrida por
dentro que todo mi sistema colapsó. Sólo miraba el
techo sin entender, tratando, pero sin lograrlo; entonces
de pronto una cuota de humanidad, un par de lágrimas
comenzaron a rodar por mis mejillas y el llanto
se desató tan fuerte que sucumbí al mismo instante,
sólo alcé los brazos, porque en verdad ya no quería
nada más de esta vida, me habían quitado todo,
incluso habían bailado sobre mis más profundas esperanzas.
Simplemente se habían ido dándome el golpe más
fuerte de toda mi existencia. Tenía tanta ira y tanto
dolor que ya no era capaz de sentirlos, se habían
apagado como todas las luces de la casa.
Y sé bien que había prometido no rendirme más,
pero fue tan sublime y tan tremendo, que no me dio
tiempo ni de respirar. Y me fue tan fácil volver a
mi oscuridad, que no pude resistir el impulso, y sé
que al hacerlo ingerí de golpe todo mi discurso de
“estoy bien” y todos los años que pasé convenciendo
a todos de que era feliz de que lo había superado.
Esta noche supe que todo era un montón de mentiras
que por mucho tiempo intenté creer. Así que sin más
juicio o razón decidí, de una vez por todas, terminar
lo que había empezado, por fin tendría valor de mandar
todo al carajo, de meter todos mis miedos, frustraciones
e inseguridades en una bolsa y mandarla lejos a volar,
junto con el listado de todos los que me fastidiaban.
Con esta oleada de pensamientos y claras disposiciones
decidí levantarme de la maldita cama y “hacer algo
por mi vida”. Lo primero fue ponerme de pie
y sentir nuevamente como todo mi cuerpo volvía a
funcionar, luego de la impía sensación de vitalidad
comencé a caminar por toda mi habitación, no
buscaba nada pero aun así la recorrí unas seis veces
hasta que de improviso me topé con el gran espejo
de mi armario, y no pude más que detenerme ante
él, ya que la llamada de auxilio que me gritaba
la mujer tras él me estremeció. Había olvidado
hacía cuanto que no me miraba en él, al inicio ni
siquiera me reconocí, esos ojos, esa devastación;
nunca creí que mis pensamientos pudieran reflejarse
tan perfectamente en mi apariencia, me veía tal
cual como me sentía y eso no era algo digno de ver.
Y la ira me consumió, ardí como una pira humana,
arremetiendo contra el espejo en una oleada de furia
sin control, más que otra cosa porque había distinguido
sus ojos tras los míos y eso me emputeció.
Mientras la lluvia de cristales me cubría sentí
que una calma sepulcral se apoderaba de mí, este
hecho confirmaba con mayor rigor mi decisión, todo
se iba a terminar hoy. Con los brazos y piernas
rotas y la cara ensangrentada, me sentí como
un ángel recién caído del cielo, casi vi mis alas
de carbón; sentía la oscura necesidad de recuperar
la paz, a cualquier precio, es que llevaba tanto
sintiéndome mal que simplemente ya no quería
aguantarlo más, necesitaba sentir otra vez, aunque
fuera la última vez.
Hipnotizada por la sangre de mis heridas salí de
mi habitación en busca de algo que aplacara el dolor;
me pasee por la cocina en busca de mi colección de
cuchillos, mas luego lo medité, pues deseaba dejar “un
cuerpo joven y hermoso”. Seguí hacia el baño en busca
de mi bien amado botiquín (bendiciendo haberle hecho
caso por vez primera ami padre, al comprarlo), al
llegar al baño me topé con más espejos, y aunque
traté de no prestar atención terminé nuevamente ante ellos,
aunque ahora la imagen me agradaba un poco más. Veía
un ángel surgiendo de la oscuridad, aunque en el fondo
eso era una locura, iba derecho al infierno; tales
pensamientos me hicieron sonreír.
Abrí el botiquín y tomé todo lo que pude, todo lo
que este me ofreció. Por momentos sólo veía oleadas
de pastillas multicolores entrar a mi boca, en menos
de un minuto había arrasado con todo. Los efectos
me golpearon enseguida, tuve que luchar con mis
ganas de vomitar y con los peores mareos que he
sentido.
De pronto algo se alzó en mi mente, “¿dónde iba
A terminar?”, muchos lugares pasaron por mi mente,
pero al final el mejor: mi cama, donde la idea había
nacido. Así medio aturdida y desesperada corrí por
toda la casa hasta mi habitación; no quería que me
encontrara en otro lugar; si bien me caí muchas
veces llegué a mi cama y me tendí, todo me daba
vueltas, ya no sabía si veía en verdad, sólo estaba
esperando la ansiada paz; lo que no sabía era que
antes de alcanzarla sufriría los espasmos más violentos
y dolorosos del mundo. En fin durarían sólo un momento,
y así fue, sentí como se abrían mis alas, mi mente
se aclaraba y el dolor se iba. Entonces cerré lo ojos.
tendida en mi cama, con los ojos fijos en el techo
de mi oscura habitación, no hacía falta luz, sabía
muy bien lo que había en el techo.
Estaba quieta, sumida en mis múltiples pensamientos,
aunque esta vez algo era distinto, era nuevo, ahora
no sentía nada, absolutamente nada, ni una emoción,
ni un sentimiento, nada. Estaba tan podrida por
dentro que todo mi sistema colapsó. Sólo miraba el
techo sin entender, tratando, pero sin lograrlo; entonces
de pronto una cuota de humanidad, un par de lágrimas
comenzaron a rodar por mis mejillas y el llanto
se desató tan fuerte que sucumbí al mismo instante,
sólo alcé los brazos, porque en verdad ya no quería
nada más de esta vida, me habían quitado todo,
incluso habían bailado sobre mis más profundas esperanzas.
Simplemente se habían ido dándome el golpe más
fuerte de toda mi existencia. Tenía tanta ira y tanto
dolor que ya no era capaz de sentirlos, se habían
apagado como todas las luces de la casa.
Y sé bien que había prometido no rendirme más,
pero fue tan sublime y tan tremendo, que no me dio
tiempo ni de respirar. Y me fue tan fácil volver a
mi oscuridad, que no pude resistir el impulso, y sé
que al hacerlo ingerí de golpe todo mi discurso de
“estoy bien” y todos los años que pasé convenciendo
a todos de que era feliz de que lo había superado.
Esta noche supe que todo era un montón de mentiras
que por mucho tiempo intenté creer. Así que sin más
juicio o razón decidí, de una vez por todas, terminar
lo que había empezado, por fin tendría valor de mandar
todo al carajo, de meter todos mis miedos, frustraciones
e inseguridades en una bolsa y mandarla lejos a volar,
junto con el listado de todos los que me fastidiaban.
Con esta oleada de pensamientos y claras disposiciones
decidí levantarme de la maldita cama y “hacer algo
por mi vida”. Lo primero fue ponerme de pie
y sentir nuevamente como todo mi cuerpo volvía a
funcionar, luego de la impía sensación de vitalidad
comencé a caminar por toda mi habitación, no
buscaba nada pero aun así la recorrí unas seis veces
hasta que de improviso me topé con el gran espejo
de mi armario, y no pude más que detenerme ante
él, ya que la llamada de auxilio que me gritaba
la mujer tras él me estremeció. Había olvidado
hacía cuanto que no me miraba en él, al inicio ni
siquiera me reconocí, esos ojos, esa devastación;
nunca creí que mis pensamientos pudieran reflejarse
tan perfectamente en mi apariencia, me veía tal
cual como me sentía y eso no era algo digno de ver.
Y la ira me consumió, ardí como una pira humana,
arremetiendo contra el espejo en una oleada de furia
sin control, más que otra cosa porque había distinguido
sus ojos tras los míos y eso me emputeció.
Mientras la lluvia de cristales me cubría sentí
que una calma sepulcral se apoderaba de mí, este
hecho confirmaba con mayor rigor mi decisión, todo
se iba a terminar hoy. Con los brazos y piernas
rotas y la cara ensangrentada, me sentí como
un ángel recién caído del cielo, casi vi mis alas
de carbón; sentía la oscura necesidad de recuperar
la paz, a cualquier precio, es que llevaba tanto
sintiéndome mal que simplemente ya no quería
aguantarlo más, necesitaba sentir otra vez, aunque
fuera la última vez.
Hipnotizada por la sangre de mis heridas salí de
mi habitación en busca de algo que aplacara el dolor;
me pasee por la cocina en busca de mi colección de
cuchillos, mas luego lo medité, pues deseaba dejar “un
cuerpo joven y hermoso”. Seguí hacia el baño en busca
de mi bien amado botiquín (bendiciendo haberle hecho
caso por vez primera ami padre, al comprarlo), al
llegar al baño me topé con más espejos, y aunque
traté de no prestar atención terminé nuevamente ante ellos,
aunque ahora la imagen me agradaba un poco más. Veía
un ángel surgiendo de la oscuridad, aunque en el fondo
eso era una locura, iba derecho al infierno; tales
pensamientos me hicieron sonreír.
Abrí el botiquín y tomé todo lo que pude, todo lo
que este me ofreció. Por momentos sólo veía oleadas
de pastillas multicolores entrar a mi boca, en menos
de un minuto había arrasado con todo. Los efectos
me golpearon enseguida, tuve que luchar con mis
ganas de vomitar y con los peores mareos que he
sentido.
De pronto algo se alzó en mi mente, “¿dónde iba
A terminar?”, muchos lugares pasaron por mi mente,
pero al final el mejor: mi cama, donde la idea había
nacido. Así medio aturdida y desesperada corrí por
toda la casa hasta mi habitación; no quería que me
encontrara en otro lugar; si bien me caí muchas
veces llegué a mi cama y me tendí, todo me daba
vueltas, ya no sabía si veía en verdad, sólo estaba
esperando la ansiada paz; lo que no sabía era que
antes de alcanzarla sufriría los espasmos más violentos
y dolorosos del mundo. En fin durarían sólo un momento,
y así fue, sentí como se abrían mis alas, mi mente
se aclaraba y el dolor se iba. Entonces cerré lo ojos.
1 comentario:
Y como siempre, todos regresamos a la oscuridad.
Este mundo en realidad nos merece?
Fue tan fácil aparentar una lucha y darte cuenta que nada te ayudaba a ganar? ni siquiera tu?
Muchas veces caminando he deseado sentarme en una esquina de la calle dejar de pensar en todo. Respirar y olvidar las preocupaciones. Dejar ir todo y morir desconocido. Quemar y borrar todo lo que he creado. Quiero sentarme ahí y ver el pasar del tiempo sin nada que pensar. Pero no he podido. Nunca lo haré...
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