16 de julio de 2009

:::El Pricipe de la Soledad:::


Siempre anhelé lo profano, por largos años de mi vida me inventé más de mil mundos en los cuales pudiera habitar, en los que volase y donde mis alas pudiera reflejar; me veía como victimario del mundo, caminando por sobre los tejados, rondando las noches sin luna, terminando con más de una vida mortal. Mas por sobre todas las cosas veía miles de ángeles con rostro de mármol, alados seres que me rondaban, con sus máscaras sin expresión, siempre vestidos de negro, y velando por mi protección. Todo allí eran batallas por la pugna de la luz, por el destino de la tierra libre, he incluso por el fin del dolor; todo esto en mis años de más angustia y terror, pues mientras más me desgastada más delgada mi alma (mi coraza) se tornaba.
Así tanto que mi lucha una paradoja se tornó, entre más fama de justicia adquiría, más necesitaba de un protector, ello claro en el silencio de mi espada y mi armadura de crisol. La vida del que ‘venga’ es un continuo sinsabor, un andar solitario entre muchos, un dormir sin descansar ni soñar nada, es ni más que una vida sin color.
De las heridas, el cansancio y sobre todo del temor surgió mi Fausto amado, tal como un rayo de sol, era la compilación perfecta y colectiva entre belleza y destrucción. Por mucho el ángel de la guardia (de la guarda tal vez no) y hoy mi entera devoción; era con mucho todo lo que siempre quise: un amante de eterna destrucción, un celeste con negro corazón, mas con corazón latiente y rebosante de emoción. Un alado tan flamante como yo, el único que pudiera entenderme con su divina comprensión; el único y (mí) final redentor.
Con todo, incluyendo mi exaltación algo faltaba a mi celeste, en su austera expresión, era un rostro humano, una mirada que le diera don, pues si mármol eterno, aunque hermoso, no develaba fulgor, era siempre ni más ni menos que la serena expresión de un amante protector. Y bien esto por mucho me contentó, no requería más, amaba su corazón, su presencia en derredor; sólo saberle en mi torno calmaba mi temor, sus alas gélidas cubrían mi corazón.
Sin embargo tal como sólo la cíclica vuelta de tiempo y sus lapsos, la historia se torció, y hoy en tu trono oscuro ya no brilla tu falta de expresión, hoy la eterna máscara de sereno se ha partido en dos, pues por culpa de su amor ha develado su boato, su verdadero ‘yo’.
Y he visto por fin hoy que siempre fuiste el ángel que yo no, eras tú, siempre tú a mí lado y tal vez sea hasta hoy que lo entendí; que sin tí ya no hay más vida, que sin tí no hay color. Perdida en tus ojos llenos de color fue que vi que no hay más destrucción pues es la muerte la nada, comparada con tu don.
Te veo humano e infinito en un sólo son, y entiendo que tal vez cuidarme nunca fue tu misión, era la prueba infinita de tu amor y devoción; sonrío de saber que te tengo, no por poseer, sino porque así hemos decidido, y ahora creo que incluso elegiste antes que yo; por tu condición eterna me habrás visto desde mucho antes que oscureciera el sol.
Amado de carbón hoy sé que te amo, y no por saber que eras aquel que hoy sé que eres, sino, porque con ello por fin se cumplió el sueño de por mucho tiempo: ‘ese que deseaba que fueras tú’, sin saberlo, sin esperarlo sólo resultó, que mi ángel sin rostro resultara ser mi amor.
No temamos mi hermoso alado de carbón, en tus manos hoy brilla de nuevo el sol, y juro por la luna eterna que ya no tengo temor hoy que he visto y que reconozco en tí el amor.

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