19 de febrero de 2009

:::Del amor de los Muertos:::


Se han pigmentado los ojos eternos de oscura fortuna,
han brotado los abismos infames
de oscuros designios, pues la piel se ha tornado a la palidez de la noche, el ánima ha
vuelto desde las más oscuras sombras y la voz se ha alzado desde la cuna de los muertos.
La vida terminó por causa de Fausto, él tomo a la niña enferma, agonizante, y la tornó a
su oscuridad eterna, a su infinito deambular. Como promesa de eterna unión le dió la
fuerza de alzar sus huesos desde la tumba, de bailar con la brisa de la noche inerte,
le dió el don de ver el mundo morir, más que su alma le entregó su vida eterna.
Del profundo amor que crece en un cementerio, que se cree inexistente se ha creado
la perfecta unión, el sacrificio honrroso y el gesto más verdadero que ha sentido un
corazón. De un par de vidas incompletas, de almas abandonadas, que aunque en distintos
planos, como nadie se han podido complementar; ha crecido algo más grande que eso que
llaman amor.
De esa niña que cada noche acudía a llorar a sus padres desconsolada a un cementerio
desierto, implorando morir, causándose dolor, no queda más que una tumba vacía y fría,
y los recuerdos de una vida muy mal vivida, llena de oscuridad y soledad infinita; y del
caminante de luna, maldito y eternamente único, sólo queda la sombra semioculta en sus
ojos fieros, de un último día de luz y una eternidad solitaria.
Porque la única noche de luna de aquel largo invierno surgío de su maldición Fausto omnipresente,
se presentó a una niña, ya casi mujer, desvariada en sus cabilaciones, que sin quererlo enunciaba
lo que posiblemente sería su últina exclamación en este mundo; en medio de su acto final paso
lo impensado, en el mismo intante en que se apuñalaría Fausto la sostuvo, y sorprendida de tal
presencia la niña sólo gritó, más el pánico duró sólo un instante, de inmediato algo en la mirada
de Fausto le hizo saber que no era alguien común; esos ojos celeste guardaban algo más antiguo
que el dolor, su mirada contenía mucho más tiempo del que su rostro dejaba ver. Y así mientas la
niña se perdía en la eterna misión de descubrir que había tras esos ojos, Fausto muy cauto,
pero muy decidido pronunció lo que a todas luces parecía una oferta, más bien un trato a pactar;
sabía de sobra las intenciones de la niña, muchas noches la había visto llorar, sabía como iba a
terminar, también sabía o sentía que podía algo remediar, con su don y más que nada con ese
extraño sentir que tenía por la niña desde hace un tiempo, porque casi sin quererlo comenzó
a hacerlo, aunque era algo nuevo para él, no se quiere cuando se ingora al mundo, mas a la niña
simplemente no pudo ignorarla, tampoco quiso hacerlo. Y mientras explicaba los términos a pactar
ella comenzó a sentir que todo tenía sentido, el dolor constante, la falta de claridad y sobre todo
el vacío y la oscura soledad; Fausto en verdad sabía lo que era estar mal. Sabía como estaba de
gastada su alma y también sabía de sus nulas ganas de vivir.
Tal vez por este teatral encuentro o simplemente porque debía pasar, ella no dudó ni por un instante
y aceptó el pacto; en el fondo, y de un modo indescriptible siempre le sintió cerca, e incluso de
inmediato lo amó; terminó con su vida mortal para abrir los ojos a la eterna pero dulce oscuridad
de una existencia con Fausto. Así fue como en un grito de dolor murió la niña, en los brazos de Fausto,
sin perder nunca de vista sus ojos, y despertó la que sería su infinita compañera.
Se despidieron entonces de los recuerdos de dolor, de las vidas pasadas, y se marcharon con la última
brisa de esa noche de invierno. Permitiendo por vez primera que reinara algo más que soledad en sus
vidas, le dieron espacio al amor.

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